Lecciones de una vida de diplomacia cultural

por Elizabeth Fierman

Soy una expatriada en Chile. Después de empezar mi carrera en la gestión de conflictos en CBI en los Estados Unidos, donde nací, me mudé a Chile - primero a Valparaíso, una ciudad portuaria y artística declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, y luego a Quilpué, una ciudad tranquila no muy lejos de la costa. Aquí he formado mi familia y mi carrera, y al hacerlo, me he convertido en una diplomático cultural. Esta vida de diplomacia cultural no sólo me ha ayudado a trabajar con personas con grandes diferencias - esencial en el campo de la resolución de conflictos - sino que también me ha abierto las puertas a conversaciones con una diversidad enorme de personas, y me ha ayudado a navegar diálogos complejos con mayor comprensión, matiz y empatía.  

La diplomacia cultural, como explica la UNESCO, fue utilizada originalmente por los diplomáticos como parte de los esfuerzos estratégicos para “ganarse los corazones y las mentes” de públicos extranjeros. Tradicionalmente concebida como una herramienta de poder blando de los Estados, hoy en día todo tipo de organizaciones utilizan -y necesitan- la diplomacia cultural para ayudar a tender puentes. Las universidades facilitan programas de estudios en el extranjero. Las empresas privadas y las organizaciones sin fines de lucro crean equipos internacionales. Las organizaciones multinacionales navegan por una red de diferencias culturales y sustantivas.

La diplomacia cultural adquiere aún más relevancia si definimos la cultura en un sentido amplio, como los comportamientos, normas y valores de un grupo determinado. De esta forma encontramos diferencias culturales mucho más allá de los contextos multinacionales. Las culturas varían entre grupos dentro de las fronteras nacionales, lo que hace que la diplomacia cultural sea relevante para promover la diversidad y la inclusión. Las culturas organizacionales también varían, y esto se debe abordar en las fusiones y las iniciativas colaborativas. Y las culturas profesionales difieren, lo que puede generar desafíos, por ejemplo, cuando las comunidades deben trabajar estrechamente con empresas, abogados o científicos. Los facilitadores y mediadores como yo participamos cada vez más en el diálogo intercultural durante los procesos participativos en una amplia gama de contextos.

Para quienes se encuentren en un rol de diplomático cultural, a continuación, ofrezco algunas ideas que me han resultado útiles como profesional de la gestión de conflictos expatriada a lo largo de los años:

 

  • Compartir un poco sobre ti y tu capacidad de ser un diplomático cultural. Casi siempre me presento a los stakeholders como una estadounidense que ha vivido muchos años en Chile y es madre de tres chileno-estadounidenses. Lo hago por varias razones. Primero, alerta inmediatamente a los participantes sobre mi perspectiva bicultural. Segundo, compartir que mis hijos son binacionales ayuda a los participantes a entender que soy un puente cultural no sólo profesionalmente, sino también a nivel personal, lo que me ayuda a comprender la interculturalidad más profundamente. Tercero, ayuda a crear una conexión personal con los participantes, lo cual es importante en muchas culturas profesionales fuera de los Estados Unidos. Sugeriría a cualquier persona que lidera una conversación intercultural, que diga algo genuino para ayudar a explicar por qué puede actuar como puente cultural

 

  • Ser transparente sobre lo que no sabes. Me he encontrado en numerosas situaciones en las que quería ser un puente cultural pero no tenía suficiente conocimiento de la otra cultura. Hace unos años, facilité un diálogo entre empresas salmoneras y pescadores artesanales, y me di cuenta inmediatamente de que los pescadores tenían una cultura única de la que yo no sabía nada. En lugar de ocultarlo, le dije directamente al líder del grupo que no había trabajado mucho con pescadores y que probablemente cometería muchos errores. También le pedí que me ayudara a hacer las cosas bien. Esa transparencia no me hizo más débil ni menos creíble a sus ojos. Al contrario, se mostró más abierto a trabajar conmigo y más tolerante con los errores culturales que cometía.

 

  • Buscar informantes culturales. Es tu deber como diplomático cultural aprender más sobre la cultura con la que trabajas. Yo tengo el hábito de buscar un “informante cultural” - alguien que conozca la cultura con la que estoy trabajando y esté dispuesto a ayudarme a entender cómo hacen las cosas. En el caso de los pescadores, por ejemplo, un representante de unas de las empresas que había trabajado con pescadores artesanales durante muchos años se convirtió en mi asesor, ayudándome a entender cómo funcionaba esta organización de pescadores. Su ayuda fue clave, por ejemplo, a la hora de enmarcar y analizar las propuestas durante el proceso de diálogo.

 

  • Identificar las diferencias culturales, y usar humor para hacerlo. Hay momentos en que es útil o necesario identificar las diferencias culturales que presentan desafíos, pero no siempre es fácil. Lo clave es en nombrar esas diferencias de una forma que no resulte ofensiva ni amenazadora. Para mí, el humor es la mejor herramienta para hacerlo. Por ejemplo, hace poco trabajé con una organización internacional sin fines de lucro cuyos equipos en Estados Unidos y Chile tenían que colaborar en la ejecución de un nuevo proyecto de gran envergadura. Los equipos habían intentado colaborar antes y habían enfrentado fricciones, las que rápidamente identifiqué como algo que tenía más que ver con la cultura que con la sustancia. Durante nuestra reunión de dos días, un colega chileno y yo preparamos una presentación chistosa sobre los retos a los que nos habíamos enfrentado trabajando entre culturas, que reflejaban los retos a los que veíamos que se enfrentaban los equipos: problemillas en conexión con la tendencia chilena a decir que no de forma no verbal; malentendidos asociados de la comunicación directa y el hiperenfoque en la eficiencia de los estadounidenses. Mientras bromeábamos sobre nuestras propias experiencias, vimos que los equipos se daban cuenta de que esas dinámicas también les estaban generando desafíos. Esto nos permitió empezar a abordarlas de manera explícita y amigable a medida que avanzaba la reunión.

 

  • Crear oportunidades para compartir y experimentar perspectivas culturales diferentes. Cuando los grupos son explícitamente interculturales, puede ser útil dar un paso atrás y educarse mutuamente sobre las diferencias y perspectivas culturales. Por ejemplo, estoy trabajando con una organización sin fines de lucro con sede en Europa y líderes indígenas chilenos que necesitan dialogar sobre la consulta y el consentimiento indígena en torno a proyectos extractivos. Cuando empezamos a trabajar juntos, los líderes indígenas propusieron un taller de “inducción” para enseñarnos más sobre su cosmovisión y su historia, y luego escuchar algo de la cosmovisión y el enfoque de la organización europea. Dedicar tiempo a esto quizá “ralentizó” el proceso, pero fomentó una mejor comprensión y conexión personal entre los participantes.

 

  • Ser abierto a hacerlo de “su” manera. Por último, ser diplomático cultural requiere flexibilidad, y apertura a hacer las cosas de formas nuevas. Los que somos facilitadores, mediadores o líderes solemos estar acostumbrados a proponer ideas sobre cómo deberían hacerse las cosas. Pero a veces el mejor paso como líder o facilitador es pedir a otra persona que proponga el camino a seguir. Esto nos ofrece la oportunidad de aprender cómo hacen las cosas otros grupos e incorporar esas preferencias o tradiciones a un proceso que funcione para distintas culturas. Al fin y al cabo, ser un puente cultural significa tener un pie a ambos lados de una división, conocer cómo hacen las cosas ambas partes y encontrar un camino que incorpore y dé cabida a las diferencias.